Los placeres y los días son dulces en Los Palacios y Villafranca, por la labor de confiterías que nunca descuidaron el paladar de sus vecinos. Ahora que corren tiempos amargos, llevamos sesenta años batallando desde el obrador contra todas las crisis.

Manolo Navarro, de la confitería Navarro de toda la vida, era en 1952 un chico de campo que no sabía batir un huevo. Su padre vendió las tierras familiares de Mairena del Alcor y se vinieron a Los Palacios.

Al llegar, montaron una panadería en la calle El Duro, la más céntrica. Por allí se dejaba caer los fines de semana un maestro confitero de Sevilla, Carlos García Baena, que les enseñaba la alquimia dulce de los cuatro pasteles de aquella posguerra de medias gordas: magdalenas, tortitas de polvorón, cortadillos de cidra y medias lunas.


Poco más. Pero los Navarro vieron en su horno de leña la luz necesaria para alumbrarse un futuro mejor. Sólo un par de años después aprendieron a hacer la famosa cuña que hoy los hace célebres en la provincia y "la cola de gente que venía a comprar una, llegaba a la esquina de la calle”, recuerda Manolo, de 81 años, jubilado y creador de la gran mayoría de las elaboraciones que aquí se preparan diariamente, como las magdalenas que aún venden en el despacho, con la misma fórmula de antaño.

La confitería Navarro era en esos años la única en el pueblo. El negocio, que hoy lo regenta uno de sus tres hijos, continúa haciendo alarde de su variedad, entre la que destacan las cuñas de siempre, las palmeras, los minipastelitos de repostería, las tartas de turrón, de San Marcos, de 5 chocolates y las elaboraciones de temporada, como las torrijas, pestiños, Roscos de Reyes y mucho más.